Resonaba todavía lo del martes en el Calderón. Poco le importa a Mourinho y poco le importa a los aficionados del Chelsea. Llegaron, vieron y vencieron en Anfield al líder, para hacer estallar, una vez más, la tensión de esta espectacular Premier que tiene toda la pinta de disputarse hasta la última jornada.
El fútbol tiene mil padres. Mil maneras de jugarse. Quizá unas tantas más. Todas ellas, por más que se empeñen algunos, totalmente aceptables. Lícitas que se dice por ahi. El domingo en Anfield, y una vez más, José Mourinho demostró que se las sabe todas, aunque a la hora de la verdad sea más partidario de utilizar una sobre la otra. Crucificado en todos los ámbitos y por todos los gurús deportivos (que son legión) el domingo se plantó en Anfield y resolvió el partido a su manera, alcanzando el objetivo final y primordial de todo encuentro que se precie: ganar. Valgan las palabras de Eleonora Giovio el otro día a Santiago Segurola: "No es un concurso de belleza, es un partido de fútbol".
Con lesionados y con vistas a la vuelta de las semifinales, Mourinho armó, digamos, un equipo de trámite aunque exquisitamente competitivo, donde debutó el joven Kalas y que se basó, como en el Calderón, prácticamente en la misma idea. Anular al Liverpool y esperar la oportunidad. Logro desbloqueado.
Como ya le ocurriera al Atlético de Madrid, el Liverpool fue incapaz de penetrar en la maraña defensiva perpetrada por Mourinho, donde formaron Cole, Kalas, Ivanovic y Azpilicueta atrás, flanqueados por Matic y Mikel, y el líder que habíamos visto en jornadas anteriores no fue tal. La partida de ajedrez planteada por el Chelsea fue tan perfectamente llevada a cabo que incluso Luis Suárez fue un espectador más.
Anulado el Liverpool había que dar un paso más. La segunda parte del plan. Esperar y esperar. Lanzar balones a ese islote comandado por un náufrago (Torres en el Calderón y Demba Ba en Anfield) y matar al contrario. Conseguido.
El destino, muy cabrón a veces, quiso que el error del partido llegase por parte de Steven Gerrard, que resbaló y propició el robo de Ba. Justo lo que esperaban. Un error fatal para hacer sangre. Y eso, con el Chelsea enfrente, es demasiado peligroso.
Nada cambió. Por más que Rodgers intentara mover el banquillo, sacando a Sturridge para hacer pareja con Suárez, el guión siguió las órdenes de Mourinho. El Liverpool era incapaz de hacer daño. Mientras, Gerrard se desesperaba, quizá intentando resarcirse de su error, y disparaba cada balón que llegaba a sus pies.
Con todo el Liverpool volcado arriba llegó otro error mortal. La Premier patas arriba. Sturridge fallaba en un pase y conseguía que su portero, Mignolet, fuese lo más parecido a Gary Cooper en "Sólo ante el Peligro". Delante, Fernando Torres y Willian. El segundo. En Anfield. Al líder. Con un autobús o con dos. Mourinho escenificaba rabia en su celebración. Lógico.
Los reds se miraban. Ojo que podemos haber tirado la Premier. Mourinho y los suyos siguen en la pelea. Y lo más gracioso de todo, le han tendido la mano al Manchester City. Que esta Premier no termine nunca.






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