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12/30/2015

En tierra de lobos


En la última escena de la película "Sicario", Benicio Del Toro le recomienda a Emily Blunt que se marche a un pueblo pequeño y apartado donde aún existan las leyes. "No vas a sobrevivir", le dice. "No eres un lobo y esta es una tierra de lobos ahora". 
Rafa Benítez puede ser algo parecido a un perro viejo, pero no es un lobo. La evolución del fútbol ha sido tan frenética en las últimas décadas que se han invertido los papeles de una forma escandalosa. Los jugadores han acaparado unas parcelas de poder -dentro de una estela mediática donde cuentan en muchas ocasiones con un vergonzante apoyo de los lobbies de comunicación-, gracias a las cuales, pase lo que pase, al final terminan ganando. Ellos son los lobos. Y si la manada de lobos recela no hay entrenador, se llame como se llame, que pueda sobrevivir. 

Rafa Benítez abandonó la paz y la armonía que reinaba en el Nápoles para aterrizar en esa tierra de lobos que se ha convertido el Real Madrid, club hipergalático cuya deriva en los últimos años lo ha convertido en una Estrella de la Muerte tan capaz de crear un Imperio como de destruirlo. Benítez llegaba a un lugar en el que ya estaba sentenciado antes de enfundarse el chándal. 

En un país donde el periodismo deportivo de masas está muerto y vive de la carroña más infecta, un técnico como Rafa Benítez está destinado a durar menos que un secundario de Juego de Tronos, por más que el tipo sepa muy bien de qué va el tema. Junto a eso, perder el aprecio de los lobos con los que trabajas día a día no es que ayude mucho que digamos.

Para el partido contra la Real Sociedad, Benítez llegaba -por enésima vez en lo que llevamos de temporada- con el agua al cuello. Entre campaña y campaña también es notable la falta de autoridad de un club como el Real Madrid, tan perdido en unas trifulcas fuera del césped que no colaboran en absoluto en la unión del madridismo para con su equipo. Los blancos tuvieron diez minutos protagónicos en los que todo parecía indicar que se viviría, al menos, una tarde en la Aldea del Arce. Nada más lejos de la realidad. Tras el arreón inicial, el Real Madrid volvió a ahogarse en la nada. 

Es difícil comprender como en una plantilla que aglutina tanto talento como la del Real Madrid, jugadores del nivel de Luka Modric acaben por convertirse en comparsas del montón. Son soberbios y acaban reducidos a la mediocridad. Debe haber un plan tras todo esto para llevar a cabo durante los noventa minutos, y debe haber algo más que una infame dejadez por parte de los protagonistas para ejecutar ese plan sobre el terreno de juego. Lo que ocurre es que, a día de hoy, nadie sabe a qué juega exactamente el conjunto blanco y los protagonistas están a otras cosas. Y eso es un problema de los gordos. 

Quizá encontremos a quien piense que el Real Madrid no necesita de sistemas. Puede ser cierto. En medio de la depresión, una maquinaria letal como la blanca se presenta en 3-4 toques en el área contraria, sin avisar ni nada, y si vienen mal dadas alguna individualidad puede solucionar el tema. Pero, ¿cuánto dura eso? Y, lo peor de todo, ¿cual es el plan para cuando la maquinaria se atasque? El Real Madrid vive en un continuo deja vu en el que cada vez se defiende peor, los grandes nombres no se ganan para la causa y un centro del campo que debería reinar por encima del resto, se difumina hasta dejar en la retina del espectador desiertos vacíos -y jugosos para el equipo contrario- a lo largo y ancho del campo.

Al Real Madrid -y a Rafa Benítez- lo salvó un penalti, el acierto de Cristiano Ronaldo y la posesión sin profundidad de la Real Sociedad. Cuando pudo poner en la picota a un Madrid clínicamente muerto le dio por pasarse el balón sin la más mínima intención de hacer sangre. En medio de la tragicomedia, volvía a sobresalir Gareth Bale, lo más positivo del conjunto blanco desde el fatídico 4 a 0 que le endosó el Barça. 

Es difícil ver a un Real Madrid sin alma, sin la capacidad de transmitir alguna emoción más allá de las caras largas, los gestos a la grada, o las salidas del campo andando, mirando al infinito. Aunque es más difícil ver a una plantilla del Real Madrid sin un ápice de amor propio, tan alejada de aquella épica y de esos huevos que hay que poner y que pide la grada entre gritos cuando pintan bastos, que en los últimos meses suele ser muy a menudo. Ahí es donde notamos que Rafa Benítez ha perdido su batalla contra los lobos. 

Los rumores de los últimos días no han cambiado el semblante de Benítez, quien, por alguna extraña razón, sigue manteniendo una fe ciega en un proyecto que hace mucho tiempo que anda en un proceso autodestructivo al que no se le ve final. El trozo de madera al que se agarra un técnico con las horas contadas mientras observa, sin inmutarse, un naufragio. Quizá Benítez sea algo parecido a un perro viejo, pero no es un lobo. Y con la manada enseñando los dientes puede ser la hora de ir buscando un pueblo pequeño y apartado donde aún existan las leyes. 

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