A principios de mayo del 2015, el Chelsea vencía 1-0 al Crystal Palace y se hacía con el título de la Premier League en la segunda temporada de la segunda etapa de José Mourinho al frente de los blues. El mejor entrenador de la historia del Chelsea se enfrentaba entonces a su tercera temporada -esa que siempre se señala como la decadencia de los equipos que dirige el portugués- y nadie (puede ponerse en mayúsculas) se esperaba semejante desastre. Los números del defensor del título no engañan: 16 partidos jugados, 4 victorias, 3 empates y 9 derrotas. Una de las peores rachas negativas de la trayectoria de Mourinho, uno de los más graves momentos del Chelsea desde la temporada 1993/94 (terminó 14º) y el candidato a ganar y renovar el título más nefasto que se recuerda desde aquel Leeds United de la 1992/93 (que finalizó 17º).
Las razones, más allá de los números, son muy variadas. El Leicester terminó de dar la puntilla a Mourinho y evidenció una pérdida de jerarquía total en el banquillo
del Chelsea. El entrenador lo dejaba claro en la rueda de prensa
posterior al partido señalando que sentía que sus jugadores le habían
traicionado. Durante lo que llevamos de temporada surgieron demasiados
rumores -unos creíbles y otros no tanto- que lo único que hacían no era
sino asentar que Mourinho había perdido el control del vestuario. Y que
el vestuario parecía haber perdido la fe en Mourinho.
El equipo ya había dado síntomas
preocupantes en la pretemporada, durante la pequeña gira que llevó al
conjunto de Londres por los Estados Unidos. Sobre el terreno de juego
uno se percataba que el equipo adolecía de una falta de alma a la que no
se le dio mayor relevancia debido a que era demasiado pronto para hacer
saltar las alarmas. Si que se ponía sobre la mesa un detalle que
preocupaba: el de haber empezado la pretemporada mucho más tarde que
cualquier otro equipo de la Premier, lo que suponía un menor margen de
preparación de cara a una liga ultra competitiva. El primer título en
juego, la Community Shield que enfrentó a los blues contra el Arsenal el 2 de agosto, puso de relieve algunos de los síntomas de la pretemporada. Jugadores en un bajo estado de forma y un equipo carente del ritmo
que le había llevado a levantar la Premier siendo uno de los mejores
ataques durante la primera fase y una de las mejores defensas durante la
segunda. Pero seguía siendo agosto y el Chelsea aún tenía tiempo para
atacar los síntomas y cortar una posible enfermedad. El deadline
no trajo buenas nuevas salvo algún que otro fichaje fallido y un
pequeño lavado de cara a la plantilla que debería esperar,
probablemente, al mercado de invierno. El Everton aguantó todo lo que
pudo (y más) para retener a John Stones y en el Chelsea aparecieron
Djilobodji y un Michael Hector que fue cedido al Reading.
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| José Mourinho y Eva Carneiro durante la discusión que terminó con la doctora apartada del equipo |
El primer fuego llega el 8 de agosto durante el primer partido de la temporada frente al Swansea. Lo que se presuponía una cómoda victoria para arrancar con buen pie termina en un drama de consecuencias que se mantendrán en el futuro. Courtois es expulsado, los cisnes empatan a dos el partido y en el descuento, Eden Hazard cae al suelo. El árbitro autoriza la entrada en el campo a Eva Carneiro y Jon Fearn pero José Mourinho entra en cólera. Hazard tiene que ser retirado del terreno de juego y el Chelsea se queda con nueve jugadores. Discusión subida de tono con insultos incluídos entre el portugués y la mediática doctora que terminaría como el rosario de la Aurora: Eva Carneiro es apartada del primer equipo y posteriormente es expulsada. Muchos de los jugadores no verían con buenos ojos el trato a la médico.
El bajón del Chelsea era más que evidente. Jugadores capitales como Gary Cahill, John Terry, Cesc Fábregas, Nemanja Matic o, incluso, Eden Hazard
-que había terminado la temporada anterior como mejor jugador de la
Premier- no estaban, ni mucho menos a la altura de las circunstancias. A
ello se sumaba la pérdida de Ivanovic y Courtois y las continuas
trifulcas en las que siempre anda metido Diego Costa, además de encontrarse totalmente negado de cara al gol. La reacción de José Mourinho no llegaba.
Más apático de lo habitual ya algunos especialistas señalaban que
comenzaba a perder el control. Incapaz en el vestuario, también lo era
sobre el verde. El Chelsea había perdido su electricidad en el
contraataque y parecía haber olvidado el concepto de verticalidad. Mucho
más preocupante todavía era la impresión de ver a un equipo de Mourinho
que no parecía recordar cómo se defiende. La goleada sufrida en el
Etihad a manos el Manchester City de Pellegrini (3-0) exponía las miserias de un equipo claramente en descomposición.
"Michael Emenalo, director técnico del Chelsea: Obviamente había desacuerdos entre el entrenador y los jugadores y sentimos que era el momento de actuar. El presidente tuvo que elegir hacer lo mejor para los intereses del club. Estamos un punto sobre el descenso y eso no es bueno. Los hinchas entenderán que el equipo está en problemas y era necesario hacer algo.
Nada mejoró posteriormente, incluso si salvamos algunos partidos de Champions League en los que los blues parecieron mostrar algo más de arrojo (significativo fue el de la última jornada europea frente al Porto). El Chelsea era incapaz de mantener una regularidad en la Premier y tras la debacle en el Etihad el bálsamo que suponía
ganar al West Brom (3-2) se quedó en nada. Los de Mourinho encadenaron
dos derrotas consecutivas (Crystal Palace y Everton) y parecía que
volvían a despertar venciendo 2-0 al Arsenal en el Bridge. Nada más
lejos de la realidad.
Con un equipo mermado, sobre todo en la
línea defensiva, sustentado como buenamente podía por Begovic bajo palos
a la espera de la vuelta de Courtois, el Chelsea era un caos que estaba
a años luz no ya del equipo ganador del título del año anterior, sino
de un equipo dirigido por Mourinho. A duras penas se veían las
maravillas de Hazard, los pases de Fábregas o el manejo del tempo
de Matic. Los laterales dejaban verdaderas autopistas a sus
contrincantes y nadie era capaz de defender con un mínimo de dignidad un
córner. Tan solo Willian parecía querer remar hacia arriba en la tabla. Tres derrotas
consecutivas (West Ham, Liverpool y Stoke) unidas a los cada vez más
frecuentes rumores -incluído aquel en el que un jugador, supuestamente
Fábregas, había señalado que prefería perder a ganar con Mourinho-
estaban sentenciando al portugués. No había marcha atrás.
Mourinho, que había regresado al Chelsea
por segunda vez en 2013, tenía firmado un contrato de cuatro años de
250.000 libras a la semana, o lo que es lo mismo, 13 millones de libras
al año. Por segunda vez sale por la puerta de atrás del club al que puso
en el mapa futbolístico mundial. El Chelsea prepara la llegada de Guus Hiddink
en principio como entrenador interino. Veremos si termina siendo una
solución o acaba de hipotecar el futuro del equipo y de Roman
Abramovich.







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